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La verdad de las mentiras (III)

La verdad de las mentiras (III)

El gobierno cubano de estos años de socialismo ha conseguido elaborar una doctrina propia, un refrito de marxismo-leninismo con las ideas soberanistas y nacionalistas de José Martí, donde también tienen cabida todos los héroes nacionales que han destacado en la historia, desde las guerras independentistas hasta los tiempos republicanos. Para conseguirlo se ha apropiado de la porción adecuada de cada uno, y con una precisión de cirujano ha desechado de modo interesado todo lo demás, hasta el punto de hacerlos irreconocibles dentro de su contexto original. Con tan variopintos ingredientes es posible destacar unos y desmerecer otros según convenga a las circunstancias. Y por supuesto la vida de las personas queda a merced de la parte que se quiere potenciar en un momento determinado. En este sentido se puede oscilar entre la suerte y la desgracia con una pasmosa facilidad.

El régimen también tiene otro discurso más tangible para divulgar sus bondades. Una sociedad más o menos igualitaria que comprende un meritorio sistema de seguridad social y de educación, y el subsidio de bienes de consumo a la población, un asunto este vinculado al reparto equitativo de la escasez y que estaría destinado a desaparecer en una supuesta abundancia futura. Si en los años de apogeo comunista alguien hubiese tenido la ocurrencia de defender la Revolución únicamente con estos argumentos terrenales habría sido acusado de materialista -palabra maldita en la retórica comunista-y no compartir los ideales revolucionarios: los que hablan de una moralidad socialista, abstracta como la fe, sobre la que se construirá ese hombre nuevo que salvará a la humanidad de sus pecados egoístas, y los librará de ser ellos mismos. Este es el gran dilema al que se han tenido que enfrentar muchos cubanos, no saber como pensar y que decir en cada momento para no desentonar con la tendencia oficial que esté vigente.

En la actualidad cuando ya no existe el bloque de países socialistas y no hay rastro de ese hombre nuevo, seguramente porque solo existió en el imaginario de la doctrina y la liturgia de las formas comunistas, ha vuelto a cobrar auge el alegato social, es decir los pregonados logros revolucionarios; a fin de cuentas siempre fueron el escaparate de la Revolución en el exterior. Se puede afirmar entonces que el régimen tiene un doble lenguaje, por un lado está el credo, el reducto teórico que pretende seguir sentando cátedra, la doctrina y el rito asociado a esta; y el otro que pertenece al ámbito de lo práctico con un modelo social progresista basado en las prestaciones públicas que ofrece el Estado. A pesar de que el sentido común y el ejemplo de otras sociedades democráticas fuera del modelo comunista con similares, y a veces más eficientes, resultados sociales, apuntan a que no hay relación entre ellos, el régimen se empeña en demostrar que el segundo solo existe como consecuencia del primero; pero además lo hace únicamente para consumo doméstico, eximiendo de este enojoso requisito militante a los nuevos aliados políticos- después de desaparecer la URSS- que también tienen o pretenden sociedades más igualitarias en un marco democrático tradicional.

Esta ha sido una constante del régimen cubano cuando ha buscado apoyo y simpatía para su modelo de sociedad, mostrar los resultados tangibles de su obra social y omitir el calvario dogmático al que esta subordinado ese bienestar para los cubanos. Lo bueno que reconoce en los amigos parece no estar a la altura cuando se trata de aplicarlo a los nacionales por ser demasiado trivial. Habría que preguntarse si este doble rasero es puro cinismo, el sentimiento de vergüenza del que miente, o el afán excluyente del que se cree poseedor de una verdad hermética. Quizás sea un poco de todo, aunque lo más probable es que la doctrina sea solamente un pretexto para justificar la permanencia en el poder de la clase dirigente, que sin el aderezo de un fundamento teórico para justificarse sería vista por propios y extraños como una dictadura más; pero si este dominio es consecuencia de lo que dicen las escrituras sagradas, la doctrina hecha a medida, adquiere apariencia de legitimidad.

La verdad de las mentiras ( II )

La verdad de las mentiras ( II )

Desde una perspectiva histórica algunos especialistas que estudian la Revolución Cubana en su conjunto consideran que efectivamente hubo dos etapas: una revolución liberal que terminó al segundo año, y otra comunista o socialista que le sucedió a partir de 1961. Es lícito decir que en los procesos históricos sus protagonistas no se detienen en definiciones académicas establecidas a posteriori, ni en fechas consensuadas para definir una cronología determinada. Los que vivieron aquellos hechos no sabían nada de etapas porque evidentemente se vive de corrido no a saltos, y los golpes de timón que daban los líderes revolucionarios fueron interpretados por una gran parte de la sociedad como pequeñas traiciones y también de esperanzas, hasta que por acumulación de las primeras desaparecen las últimas. Por esta razón no se puede fijar con certeza el antes y el después. En este sentido podría decirse que cada sector de población perjudicado encontró su propio momento para sentirse traicionado, incluso los que se sintieron cómodos en los albores del régimen socialista, que aún desconocían hasta donde llegarían las prohibiciones y el corsé de las directrices comunistas.

Siguiendo la secuencia de los acontecimientos está claro que al comienzo los lideres de la Revolución no discriminaban mucho entre sus seguidores, de aquí sale lo que puede considerarse una gran alianza de clases sociales, pero todo cambió cuando se afianzó el liderazgo. Sería muy presuntuoso averiguar todas las motivaciones que tuvieron aquellos que, a pesar de haber aplaudido un discurso más ponderado al principio luego hicieron lo mismo ante el venidero discurso radical, pero al menos se puede convenir que habían dos grandes grupos: los que sacaron sus cuentas políticas y económicas con saldo positivo (de estos, los que se equivocaron en sus cálculos pasarían a engrosar la masa de traicionados y decepcionados en algún punto del camino), y los que tenían algo que ganar porque antes no tenían nada ( este colectivo estaba predispuesto al mesianismo y secundar a un líder encantador de serpientes ).

Cuando el régimen socialista reescribió la historia de estos años para adaptarla a la ortodoxia comunista quiso apuntarse a las teoría de la III Internacional, al socialismo se llega por una dialéctica histórica ineludible consecuencia de las contradicciones fundamentales del sistema capitalista. Este presunto cientificismo y determinismo de los partidos comunistas, es completamente falso en el caso cubano. La Revolución no fue resultado de una lucha de clases, no fue una rebelión campesina contra los terratenientes, ni un alzamiento obrero contra el capital y la burguesía, su cometido inicial era derrocar una dictadura, y a partir de ahí tomaría la dirección que sus lideres provocaron.

Despejada toda duda sobre que el futuro de Cuba a partir de 1961 estaría ligado al socialismo soviético, había que resolver hasta donde llegaría. En el tablero de la política global soviética Cuba era un peón avanzado, y no tardó mucho (solo un año) en asignarle una tarea peligrosa, la de convertirse en plataforma de misiles contra el enemigo: la conocida crisis de octubre, o de los misiles. El gobierno cubano pudo seguir una política propia, mantenerse de aliado militar y político de la URSS, y recibir contraprestaciones económicas por ello. Pero no fue así porque los líderes de la isla optaron por ser más papistas que el Papa y decidieron entrar en el cenáculo de los países socialistas, por la puerta grande, instaurando un régimen con la más alta retórica comunista, por la vía rápida y por las bravas, arrastrando a la sociedad sin pedir opiniones al pueblo, sin ningún tipo de consulta democrática. Cuando el gobierno cubano habla de apoyo popular nunca se refiere a la parte consultiva del asunto, si no al acatamiento de la decisión; y esto en un entorno perfectamente controlado da los resultados esperados.

Partido Comunista, eliminación de la propiedad privada, educación en la doctrina marxista, unidad ideológica y sociedad monolítica, purga de los detractores y no entusiastas, y demás preceptos comunistas, necesitaban de mucho tiempo para ser implantados. Esto motivó que el periodo provisional, o preelectoral, durara dieciséis años, pero a nadie se le ocurrió pensar que semejante lapso de tiempo podría considerarse una dictadura; debe ser que el tiempo solo comienza a correr después de alcanzada la meta, cuando la democracia ya no puede decidir sobre los temas importantes.

Durante todos estos años, hasta la actualidad, el régimen socialista se ha empeñado en que no se puede ser, esta prohibido existir, si no es considerado como parte de una unidad de contrarios. Solo se puede estar a favor o en contra del sistema y de una forma activa, en constante confrontación, sobre todo por la parte que ostenta la gracia del poder que además de tener la prerrogativa de clasificar a las personas del lado que están, no permiten que nadie pase de largo. No se puede ser apático ni escéptico, distraído ni particular, en fin no se puede ser individuo, acorde al precepto comunista de que el “hombre nuevo” es un ser colectivo. En estas circunstancias las personas que no se sienten una célula colectiva afín a la política del gobierno además de huir con el sambenito de contrarrevolucionarios, cuando pueden porque la puerta de salida no esta abierta, solo les queda sobrevivir dentro de la vorágine simulando las conductas adecuadas. Los líderes saben de la enorme cuantía de simuladores, pero a la hora de contar el apoyo popular se trata de sumar no restar. Lo necesario, lo vital para el régimen cubano es que las personas parezcan, no sean.

La verdad de las mentiras (I)

La verdad de las mentiras (I)

Diego de Saavedra Fajardo afirmó que “Todo el estudio de los políticos se emplea en cubrirle el rostro a la mentira y que parezca verdad, disimulando el engaño “, sería mucho suponer que la mayoría de los políticos conozcan la obra de este escritor y diplomático español del siglo XVII, pero lo cierto es que sus actos hacen honor a dicha máxima. En este empeño goebbeliano de mudar la mentira en verdad lleva el régimen de Fidel Castro casi medio siglo de existencia. Es tal el cúmulo de embustes en estos años que bien se podrían clasificar por categorías: la mentira más lograda, más creativa, las nocivas o inocuas, duraderas o efímeras, relevantes e insignificantes; así hasta abarcar todo el espectro cualitativo de lo incierto. Sin embargo hay una mentira, que considero la mayor de todas por su propia esencia, alcance y lo sostenida en el tiempo: la identificación de la Revolución Cubana con el Comunismo desde su alumbramiento, como si se estuviese ante la versión caribeña de la revolución bolchevique.

Al margen de la formación ideológica de algunos de sus líderes, que en mayor o menor medida pudieron simpatizar con el ideario comunista en la etapa prerrevolucionaria, en tal caso una vez tomado el poder no obraron bajo sus convicciones personales, lo hicieron adecuándose a las expectativas populares del momento. La Revolución Cubana de 1959, fue una revolución social de fuerte carácter populista y nacionalista, que una vez cumplido su principal cometido de derrocar al dictador Batista emprendió una serie de reformas estructurales destinadas a mitigar la sed de justicia social del pueblo cubano.

En lo que podría llamarse prólogo del proceso revolucionario donde se perfilaba el programa de cambios, los lideres revolucionarios dejaron entrever el carácter provisional de su mandato, con respeto a la constitución de 1940 y la convocación de elecciones en cuanto las circunstancias fuesen propicias. La provisionalidad era necesaria para fijar las bases de funcionamiento de la nueva sociedad. Formaban parte de este nuevo orden: el castigo, casi improvisado y muchas veces injusto, de los afectos al régimen anterior; la ley de reforma agraria; rebaja de alquileres y tarifas eléctricas; confiscación de bienes malversados; prohibición del juego y la prostitución; enmendar la carencia de derechos laborales; educación de las clases humildes y acceso de estas al sistema sanitario; establecer igualdad de derechos sin menospreciar a nadie por su raza o estrato social; y demás medidas. Como en todo cambio radical y violento de la realidad, inherente a cualquier proceso revolucionario, pronto comenzaron las hostilidades de los sectores que se oponían a la transformación del orden establecido. Pero lejos de constituir un escollo insalvable, estos hechos alentaban al gobierno a que buscase con más ahínco el apoyo de las clases populares, y en una relación de ida y vuelta estas se radicalizaran.

Es en este ambiente de confrontación donde los medios opuestos a la Revolución, tanto dentro como fuera del país, tacharon a sus líderes y al proceso de comunistas, siguiendo los modos propios de la época en el contexto de la guerra fría. El gobierno se apresuró a tildar esas insinuaciones de calumnias y no le faltaron argumentos para defenderse. Había apelado al capital nacional para que invirtiese en el desarrollo de la incipiente industria como alternativa a las inversiones especulativas, y en su gira por EE.UU. Fidel Castro animó a los capitalistas a invertir en el desarrollo del país. En numerosas intervenciones publicas el líder revolucionario dejo patente que pensaba respetar la propiedad privada y mantener la libertad de prensa de los medios, también a los que le eran hostiles. La negación de sus vínculos con el comunismo alcanzo su máxima expresión pública en el discurso pronunciado en la Plaza Cívica el 8 de mayo de 1959 al regreso de una gira latinoamericana.

A pesar de tener una fuerte impronta nacionalista y defender la soberanía por encima de todas las presiones, Fidel Castro no encontró mejor solución para defender la Revolución Cubana que establecer relaciones con la Unión Soviética. Flirteando en un principio, y luego declarándose abiertamente socialista ante las amenazas que provenían desde la plaza que los cubanos contrarios a la Revolución establecieron en el vecino del norte. Este acto de supervivencia marcó el punto de no retorno a la verdadera Revolución, al proceso que recibió el apoyo de la inmensa mayoría de cubanos, cuando estos aun eran capaces de creer en algo sin tener coartada su libertad. Aunque en honor a la verdad, las malas maneras totalitarias y excluyentes comenzaron tiempo atrás cuando los lideres revolucionarios descubrieron que no todo el mundo quería ser salvado por los nuevos ideales de justicia. Cuba derrotó la agresión armada que vino desde el exterior, y ante la disyuntiva de defender la Revolución con medios propios o guarecerse bajo el paraguas de un aliado poderoso, optó por lo segundo; y esto supuso una traición a los ideales primarios de la Revolución, una deslealtad hacia el pueblo cubano. Este nuevo aliado, o quizás sea mejor llamarle padrino, iba a cobrarse su tributo: la instauración del sistema socialista- comunista en la isla. A partir de ese punto ya no debería llamarse Revolución si no Instauración, instauración de un régimen comunista.

El hábil gobierno revolucionario quiso conservar el enorme crédito político que le dio hacer la Revolución sobre una amplia alianza de clases, y conservó el nombre adjetivándola de socialista. Tampoco se puede descartar la posibilidad de que los líderes ensimismados en su caudillismo no hayan notado la diferencia, pero el pueblo sí. Como toda traición hecha a hurtadillas, en la primera intervención que Fidel hace publica sus intenciones la llama revolución social, no socialista; más adelante ya no hacia falta disimular, y quedó para siempre el apellido Socialista con todas sus letras. Esta forma de ganar legitimidad ante el futuro régimen comunista que se avecinaba constituyó no solo una apropiación de nombre, también una mentira que perdura hasta hoy. Por otra parte, retener el nombre de Revolución resulto muy útil a lo largo de los años, dando la impresión de un proceso dinámico que no termina nunca, de este modo siempre se puede mover la meta inicial o crear otras nuevas según las circunstancias; sobre todo que cuando desaparecieron los países socialistas de Europa, los cubanos no se quedaron huérfanos de definición para su realidad.

 

Consultar anexos con fragmentos de los discursos de Fidel Castro, que definen las primeras intenciones de la Revolución.